Uff! Una de las características que me definen es el desorden y éste me ha pasado factura una vez más. En las recetas que trascribo suelo poner el nombre de quien me las ha pasado. A veces entre libreta y libreta lo olvido y esto es lo que me ha pasado aquí.
Aunque las orejas que aparecen en la foto de la entrada anterior están hechas por mi santa madre, la receta redactada a continuación no es la suya. Es la de Carmelina, nuestra ex-vecina en Limodre (Hay que decir que están igualmente buenas).
Va aquí pues la receta de mi madre:
INGREDIENTES:
- de 6 a 8 huevos.
- mantequilla (una tarrina pequeña, de unos 250 gr.)
- 1 buen vaso de anís.
- ralladura de limón.
- harina (la que admita)
Aunque las orejas que aparecen en la foto de la entrada anterior están hechas por mi santa madre, la receta redactada a continuación no es la suya. Es la de Carmelina, nuestra ex-vecina en Limodre (Hay que decir que están igualmente buenas).
Va aquí pues la receta de mi madre:
INGREDIENTES:
- de 6 a 8 huevos.
- mantequilla (una tarrina pequeña, de unos 250 gr.)
- 1 buen vaso de anís.
- ralladura de limón.
- harina (la que admita)
En su receta, no hay sal ni levadura Royal y la copita de anís se convierte más bien en copazo (en casa somos algo alcohólicos). Tampoco hay leche. Antes solía ponerle un poquito, pero las orejas tienden a quedarse más tostadas.
La elaboración es la misma: se prepara la masa, se estira y se fríe. Finalmente se espolvorean las orejas con azúcar glass.
Así que si alguien gusta de hacerlas puede probar ambas recetas y decidir cuál le place más. Cualquiera de las dos está buenísima.
A propósito, también olvidé mencionar otro detalle. Siempre me ha gustado la cocina pero soy de natural vaga, así que soy capaz de currar para evitar trabajar (chiquito contrasentido). Para simplificar esta receta, se puede preparar la masa en la Thermomix o robot similar y para estirarla se puede utilizar uno de esos aparatitos que sirven para preparar la pasta fresca (aunque como es necesario que esta sea muy fina, conviene pasarles después el rodillo). Hasta hace bien poco, mi madre, que a la hora de cocinar - como buena gallega que es - suele hacerlo para un regimiento, solía terminar con agujetas en los brazos.
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